Lo más doloroso y humillante fue que habiendo capturado y escuchado a los propios técnicos alemanes, en muchos casos, no comprendían las explicaciones. El único remedio consistió en llevarse a los especialistas para que continuaran sus trabajos, esperando que enseñaran sus secretos a una nueva generación de científicos.
El desarrollo de los grandes cohetes en Alemania fue acompañado de modelos tripulados. Así el A-6 era un diseño atrevido de cohete tripulado de reconocimiento, que reapareció en los años cincuenta bajo el sello de North American con el nombre de X-15.
Cuando nació la ufología el cielo de Estados Unidos fue cruzado una y otra vez por estos objetos de diferentes tamaños y características, que volaban a velocidades increíbles para la época, llevando a cabo maniobras imposibles para la aviación convencional. Cuando uno lee los casos OVNI de los primeros años resulta curioso comprobar como una buena parte de los relatos sobre “naves extraterrestres” se adaptan perfectamente a los entonces ultrasecretos mísiles, especialmente aquellos OVNIS nocturnos que brillaban en la lejanía realizando extrañas piruetas o los alargados y sin alas que recibieron el apodo de “cigarros puros”. Como era de esperar, los militares de aquel tiempo no explicaron jamás estas observaciones de OVNIS hijos directos de la tecnología alemana. Pero, además, en el arsenal aéreo alemán se encontraron otras aeronaves y diseños “extraterrestres”.
Los primeros libros de ufología recogieron diversos casos de OVNIS supersónicos, vistos entre 1945 y 1947 en Nuevo México, durante la famosa oleada sufrida en aquel período por Estados Unidos, y los ufólogos descartaron desde el principio estos casos como producto de la experimentación con mísiles, aportando diversos argumentos. Los especialistas aeronáuticos americanos afirmaban que la barrera del sonido no había sido superada por ningún avión, y menos aún de forma continuada (afirmación que todavía se mantiene). Para los ufólogos fue sencillo aportar los casos de Nuevo México, como una nueva prueba de la visita de naves extraterrestres, pues nuestra tecnología no permitía a los humanos volar más rápido que el sonido.
Ya en 1929, la comunidad internacional había reconocido el trabajo del físico austriaco Ernst Mach, en el campo de los proyectiles supersónicos (en su honor los múltiplos de la velocidad del sonido reciben el nombre de “Mach 1”, “Mach 2”, etc.), pero la barrera del sonido no sería superada por un aparato tripulado hasta el 14 de octubre de 1947. Los tratados de historia aeronáutica nos recuerdan siempre que fue el capitán estadounidense Charles Yeager a los mandos del avión cohete Bell X-1.
A pesar de esta versión oficial, en Alemania existían aparatos que volaban superando la velocidad del sonido desde el final de la guerra. Eran los primeros cazas a reacción operativos que la aviación había visto, y en la época de la oleada de Estados Unidos se encontraban en la base área de Wright Field. Su diseñador era Alexander Lippisch, y es imprescindible hablar de él cuando uno trata el tema de los OVNIS terrestres.
A los 14 años Lippisch vio volar al legendario Orville Wright. Desde ese momento su vida fue una pasión por el mundo de la aviación. Fue llamado por Fritz von Opel, en 1928, para colaborar en la construcción del primer avión impulsado por cohetes (el Ente) y desde entonces sus diseños sobresalieron por sus sorprendentes características e innovaciones. En muchos aviones y naves espaciales de este siglo XXI todavía podemos observar detalles característicos de Lippisch.
Los aviones de Lippisch, creados en la empresa Messerschmitt, aterrorizaron al mando aliado e hicieron peligrar las ofensivas aéreas sobre Alemania. Su caza cohete Me-163 “Komet” ascendía casi verticalmente durante el despegue, alcanzando los 1.000 km/h. Sus motores sólo funcionaban una docena de minutos, y una vez alcanzada la altura de combate disponía únicamente de dos o tres minutos de combustible para cumplir su misión. Después regresaba a tierra planeando, tal y como hace el moderno trasbordador espacial.
Paralelamente, Messerschmitt puso en servicio una nueva creación de Lippisch, el temible Me-262. Su diseño futurista influyó más que ningún otro en la historia de la aviación. Los Me-262, en su versión A-1, fueron también los primeros aviones que superaron repetidamente la barrera del sonido. Su estructura no estaba preparada para ello y sufría daños importantes, así que los pilotos debían volar con el morro del caza ligeramente levantado para evitarlo.
Una vez capturados y transportados a Estados Unidos, los pilotos americanos volaron con ellos repetidamente. Para evitar problemas y accidentes, el 10 de enero de 1946 se publicó en la base aérea de Wright Field el Me 262 A-1 Pilot’s Handbook. En la página trece de este manual se indicaba lo siguiente: “Se ha reportado que velocidades de más de 590 millas por hora (950 Km/h) han sido alcanzadas en descensos moderados de 20 o 30 grados de la horizontal. No se hicieron descensos en vertical. A velocidades de 950 a 1.000 Km/h el flujo del aire alrededor del avión alcanza la velocidad del sonido, y se ha informado que las superficies de control ya no afectan entonces la dirección del vuelo (...). También se ha informado que una vez superada la velocidad del sonido está condición desaparece y se recupera el control normal”.
Así pues, los testigos de la oleada OVNI sobre Nuevo México describieron correctamente sus observaciones, aunque los objetos eran humanos y no extraterrestres. Sobre aquel desierto americano se estaban probando los cazas a reacción de Lippisch, y era tan común atravesar con ellos la barrera del sonido, que en el manual de vuelo se advertía a los pilotos que al acercarse a la barrera del sonido perderían el control del avión, pero una vez superada los mandos volverían a responder.
Otros trabajos de Alexander Lippisch siguieron sorprendiendo a los ingenieros aliados cuando fueron capturados por los militares. Tras las reuniones celebradas con la cúpula del ejército alemán, durante los días 21 y 22 de noviembre de 1944, Lippisch diseñó para la compañía Henschel la aeronave P-11, una sorprendente ala volante invisible al radar, cuya sola imagen nos sorprende, pareciendo imposible que en los años cuarenta alguien estuviera elaborando un diseño semejante.
Su siguiente aeronave, el P-12, nos vuelve a dejar mudos de asombro. Hoy se habla de un avión secreto, conocido con el nombre de Aurora, y definido como “una plataforma volante de prestaciones inimaginables” al no poderse comparar con nada conocido. El P-12 nos recuerda tanto a las supuestas imágenes del Aurora mostradas por los medios de comunicación, que de nuevo parece inconcebible que alguien trabajara en un aparato así durante la Segunda Guerra Mundial.
La suavización de las formas, la inclusión de los motores en el fuselaje, entre otras cuestiones técnicas capaces de impedir la detección electrónica, nos hacen comprender que estos diseños no proceden de naves extraterrestres accidentadas, como afirma la ufología clásica, sino del ingenio humano, algo que nos lleva a una pregunta que todos nos hemos formulado alguna vez: ¿Si esto existía hace tantos años qué existirá ahora?.
El incansable Lippisch también investigó el diseño aeronáutico en forma de platillo volante, aunque, un trabajo menos conocido y ocultado a toda costa en su tiempo fue su aeronave en forma de “punta de flecha”. Los resultados fueron tan espectaculares que el P-13 ha sido calificado varias veces como un intento de crear la primera cápsula espacial. Ahora, conociendo los planes espaciales de Alemania, la idea ha tomado nueva fuerza, cuando hemos comprobado que verdaderamente estaban trabajando en cápsulas de escape para sus naves espaciales.
Aunque siempre han corrido rumores sobre ellos o habían sido mostrados parcialmente, en los últimos años han salido a la luz, tras perder su estado de secreto militar, varios proyectos alemanes dedicados a esta cuestión. El impresionante espejo espacial de Hermann Oberth, trasformado en una terrible arma que debía concentrar y dirigir los rayos del Sol hacia puntos concretos de la Tierra, abrasando franjas de terreno enteras y ciudades completas, o el bombardero espacial en forma de platillo volante impulsado por motores atómicos, después bautizado en su versión estadounidense de los años sesenta como Lenticular Reentry Vehicle, son buenos ejemplos. Sin embargo, el más llamativo por sus ideas innovadoras e insólitas es el bombardero espacial Sänger-Bredt. También es el más conocido debido a que su creador, Eugen Sänger, se negó a trabajar para los países vencedores y no dudó en divulgarlo.
La primera novedad del bombardero Sänger fue su revolucionario motor supersónico. Su gran rendimiento estaba asegurado por un sistema especial de refrigeración, basado en el enfriamiento por medio del propio combustible. En compañía de la que más tarde sería su mujer, Irene Bredt, realizó los cálculos para que la aeronave volara de un modo nunca visto. Con el empuje de un gran cohete, rodaría por una vía de tres kilómetros de largo y tras su despegue alcanzaría las capas altas de la atmósfera, una vez situado a la altura precisa navegaría rebotando en ellas, y tras lanzar su letal carga volvería a su punto de partida dando la vuelta al mundo.
Se ha considerado que el bombardero Sänger-Bredt estaba ideado únicamente para portar una bomba atómica. No obstante, Sänger también pensó en un nuevo tipo de arma: la bomba cinética. Cayendo desde el espacio y unida su masa a la velocidad el resultado era similar a la colisión de un pequeño meteorito. No existía bunker o fortaleza que resistiera semejante impacto y sus efectos concomitantes (desplazamiento de tierras, seísmos, convulsiones del terreno). Bastaba un puñado de aparatos para destruir por completo cualquier ciudad del mundo en cualquier lugar.
Los países vencedores se llevaron a casa algo más que el secreto de los aviones a reacción, de los mísiles y de las naves espaciales. Mientras los países del Eje y sus aliados desarrollaban estas nuevas tecnologías, los aliados ni habían comenzado a preocuparse seriamente por trabajar en algo semejante. No es extraño que llegaran a considerar en 100 años el avance técnico del Viejo Continente.
Asociadas a esta tecnología aparecieron de golpe ante ellos enigmáticas ciencias aplicadas a las más diversas cuestiones: motores extraordinarios, metales asombrosos; infrarrojos; cámaras y monitores de televisión en miniatura; grabadoras de sonido basadas en las cintas de ferro del tamaño de un paquete de cigarrillos; circuitos impresos; válvulas diminutas; primitivos ordenadores; transistores y todo aquello que hoy sabemos imprescindible para las armas aéreas del siglo XXI y la conquista del espacio. Además, no debemos olvidar las indispensables nuevas matemáticas, las teorías y los estudios realizados para los planes futuros a corto, medio y largo plazo, como por ejemplo llevar una nave tripulada hasta Marte.
La tecnología no sólo realizó pasos de gigante en el campo aeronáutico y espacial durante los años cuarenta. Los países del Eje consiguieron resultados espectaculares en muy diversas áreas de la ciencia. Si nos ceñimos a los temas biológicos y médicos que la ufología clásica considera recuperados de las naves extraterrestres accidentadas, podemos ver buenos ejemplos en los siniestros experimentos realizados por Sigmund Rascher y su equipo con los prisioneros de Dachau, recogidos en el informe CIOS XXVI-37, que conseguían disminuir las funciones corporales permitiendo, en principio, la hibernación humana, y por lo tanto preparando el camino para los largos viajes espaciales; o en la clonación, descubierta por Hans Spemann.
Spemann fue el primer maestro de la técnica microquirúrgica embrionaria y, trabajando con huevos de anfibios, localizó junto con Hilde Mangold, la existencia de un área dentro de la zona embrionaria. Comprobaron que si dividían las zonas en porciones y las trasplantaban a cualquier parte de otro embrión, éstas organizan (desarrollan) un primordio (agregación de células en el embrión que indica el primer esbozo de un órgano o una estructura) embrionario de orden secundario, como si de gemelos siameses se tratase. Por esta razón Spemann llamó a esas partes del primer embrión "centro organizador" u "organizador". Gracias al descubrimiento del organizador de efectos en el desarrollo embrionario recibió el Nobel de Medicina en 1935, tras clonar un ser vivo por primera vez en la historia. En 1938 propuso la clonación a partir de la enucleación de un ovocito; es decir, la misma que usamos hoy en día.
Exactamente allí donde fueron llevados los técnicos y científicos, sus materiales y trabajos, aparecieron las tecnologías extraterrestres. En los años siguientes algunas personas vieron, en varios laboratorios secretos, parte de los resultados obtenidos (incluso embriones en probetas) y la ufología clásica asoció las descripciones inmediatamente a una ciencia alienígena.
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