Muchos ufólogos han visto una comunicación entre los padres de la astronáutica y los extraterrestres, o incluso la captura de una de sus naves espaciales, debido a las analogías que unen a la cienciaficción y la ciencia. Los numerosos libros de cienciaficción, escritos a finales del siglo XIX y principios del XX, prepararon a la gente para creer en la llegada a la Tierra de visitantes del espacio, y también, aunque parezca sorprendente, influyeron decisivamente en los pioneros alemanes. La historia de la astronáutica se encuentra repleta de anécdotas relacionadas con estas afinidades.
Los novelistas se alimentaban del material científico para hacer más reales sus historias, y los científicos se basaban en las novelas para bautizar sus trabajos. Por ejemplo, el ingeniero Klaus Riedel desarrolló uno de los primeros motores efectivos para cohetes, bautizado por Willy Ley con el sobrenombre de “Repulsor”, en recuerdo a un motor reacción del mismo nombre, cuyo creador era el marciano Fru, que aparecía en la novela “En dos planetas” escrita por Kurd Lasswitz.
Las obras de Otto Willi Gail “Disparo al Universo” y “La piedra de la Luna” se encontraban repletas de datos reales científicos. Fueron un éxito rotundo e influyeron en toda una generación alemana. Especialistas de la talla del conde Helmut von Zborowski, reconoció que tras leerlas en su juventud decidió dedicar su vida a la investigación espacial, y convertir en realidad lo que hasta ese momento sólo era ficción.
Incluso el cine quiso dar un serio cariz científico a las películas. Fritz Lang, el gran director, buscó a Hermann Oberth para asesorar su película “Una mujer en la Luna”. Al principio Oberth no vio con buenos ojos la propuesta. Lang deseaba impresionar a los asistentes al estreno lanzando un cohete de grandes dimensiones. Semejante demostración pública le parecía a Oberth trivializar el trabajo con cohetes. Únicamente la insistencia de sus compañeros, en especial la de Willy Ley, le convenció. Sus fondos económicos estaban agotados y el dinero por aquella demostración ante la multitud les permitiría continuar con las investigaciones. Paradójicamente el cine ayudó al avance alemán en el desarrollo de cohetes.
La anécdota más desconocida y que dio fama de vidente a Julio Verne, entre los recopiladores de lo insólito, se encuentra protagonizada por Hermann Oberth. Desde pequeño había sentido una especial fascinación por los libros del autor francés. Verne, un gran lector de la ciencia de su tiempo, incluyó los cálculos realizados por la Universidad de Cambridge en su novela “De la Tierra a la Luna”. El punto más cercano entre los dos cuerpos espaciales, el cenit, se producía entre los paralelos 28 y el Ecuador. Verne eligió la península de Florida como lugar de despegue. Cuando tras la guerra se les preguntó a los alemanes qué zona de Estados Unidos sería ideal para lanzar las naves destinadas a conquistar la Luna, Oberth, recordando a Julio Verne, no lo dudó en absoluto y eligió Florida.
Otra de las constantes en los libros de cienciaficción era la antigravedad, existiendo la misma retroalimentación de contenidos con la ciencia, como ocurría con la conquista del espacio mediante cohetes. En “El doctor Omega” de Arnould Galopin presentaba en 1908 un material antigravedad llamado “repulsita”. Así mismo, como ejemplo se puede citar “Los navegantes del infinito” de J. H. Rosny que en 1927 dotaba a su nave, Stellarium, de un campo antigravedad. El alemán Kurd Lasswitz examinó técnicamente la anulación de la gravedad igualmente en su obra “Entre dos planetas”, escrita en 1897.
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