Patente de Luigi Rota fechada en 1913 |
Existen numerosas referencias antiguas del efecto “antigravedad” producido mediante electromagnetismo, y fue nombrado por científicos que, en modo alguno, pueden ser tachados de fantasiosos. Charles Brush, un investigador estadounidense pionero en el uso de la electricidad, descubrió a principios de los años veinte que un péndulo sometido a inducción eléctrica recibía un impulso hacia el polo positivo, lo que también le hizo pensar en una relación entre electricidad y gravedad. Otro buen ejemplo es el de George S. Piggot, que en 1920 obtuvo supuestos efectos antigravedad sobre esferas inducidas eléctricamente. No existía teoría capaz de explicar los resultados, pero en las pruebas de laboratorio los objetos parecían levitar ajenos a la atracción de la Tierra.
Los ejércitos del aire pronto pensaron en la aplicación práctica del fenómeno, y así quedó reflejado en los libros de historia. Durante la Primera Guerra Mundial, el ingeniero italiano Luis Rota construyó el primer artefacto volador que se elevaba al anular la gravedad mediante electromagnetismo, siendo dirigido por ondas de radio.
La máquina de Rota fue reseñada en “Maravillas y revelaciones de la Gran Guerra”, una obra descriptiva de las armas empleadas en la Primera Guerra Mundial, que mereció el premio de La Cruz del Merito Naval otorgado por el Ministerio de la Marina español, y llegó a ser reeditada tras la guerra por la Casa Editorial Maucci de Barcelona (el año exacto no fue incluido en la reedición). En ella, los capitanes Miguel Gistau y Vicente Valero, además del invento de Rota, explicaban otros desconcertantes ingenios militares, como los campos de fuerza o los cañones de repulsión magnética. Cuando estas armas reaparecieron en la Segunda Guerra Mundial su existencia fue sometida a la más severa censura intentado ocultarlas a toda costa.
Resultaría de lo más insólito que los alemanes, innovadores en casi todos los campos científicos de su tiempo, no tuvieran en consideración semejante efecto descrito mucho antes de la guerra. Alfred Fritz, que llegó a ser director del Museo Alemán de Cohetes y Viajes Espaciales de Stuttgart, reconoció que durante el conflicto bélico los ingenieros habían trabajado en tres tipos de propulsión futurista: Reacción, iónica y antigravedad electromagnética.
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