Existe la firme opinión de que los militares, tanto en Estados Unidos como en Rusia, han aprendido a manejar las denominadas armas climáticas. Pero, ¿de veras existen y qué trabajos se están desarrollando en este ámbito?
Por armas climáticas, según los diccionarios militares, se entiende las armas meteorológicas diseñadas para alterar artificialmente el clima, con el fin de causar un perjuicio al enemigo. Se pueden basar en el uso de la inestabilidad microscópica de las partículas que componen las nubes y que se encuentran libremente en la atmósfera.
La práctica de influir artificialmente en las fuerzas de la naturaleza fue iniciada en la década de 1960 por científicos norteamericanos. En 1962, dio inicio el proyecto “Tormenta violenta”, durante el cual se aplicó por primera vez la técnica de sembrar yoduro de plata en las nubes, con el objetivo de reducir la fuerza de los huracanes.
El proyecto estuvo vigente hasta 1982, cuando fue suprimido. Aunque no se logró cumplir el máximo objetivo del programa –apaciguar el fenómeno meteorológico por completo-, los científicos obtuvieron un resultado inesperado: aprendieron a provocar la lluvia, que no pudo resistirse a la perspicacia de los muchachos del Pentágono.
Durante la Guerra de Vietnam, los pilotos estadounidenses sembraron yoduro de plata entre las nubes para provocar aguaceros tropicales. El nombre en clave de la operación fue Proyecto Popeye y estaba destinada a destruir la ruta Ho Chi Minh, a través de la cual Vietnam del Norte proveía de armas, alimentos y combustible a los destacamentos del Frente Nacional de Liberación en el Sur.
Aunque los norteamericanos lograron causar aguaceros y paralizar parcialmente el abastecimiento de los guerrilleros, esta técnica requería enormes gastos de material. Además, el efecto obtenido era de muy corta duración.
Después de esta guerra, en 1977, la ONU firmó la Convención sobre la prohibición de utilizar las técnicas de modificación ambiental con fines militares u hostiles, que dejaba fuera de la ley el uso del medio ambiente como arma de guerra.
En la URSS, también trataban de domesticar la atmósfera. En la década de 1970, en el Instituto de investigación de procesos térmicos (ahora Centro de Investigación Keldysh), intentaron influir en la atmósfera de la Tierra a través de la magnetosfera.
En Pripolyare se llevaron a cabo lanzamientos de cohetes desde portamisiles submarinos con una propulsión por plasma de una potencia del orden de hasta 1,5 megavatios.
Los científicos y militares se interesaron sobre todo en la radioinvisibilidad de los objetos y en las tormentas magnéticas como medio de ataque ecológico.
También se llevaron a cabo experimentos parecidos en el Instituto de la Marina nº 40, en un polígono especial al oeste del país, cerca de Vyborg, modelando el efecto del impulso electromagnético en las condiciones atmosféricas. Ahora el polígono está abandonado.
La Unión Soviética también trató de dominar los huracanes. A finales de la década de 1970, con el fin de llevar a cabo investigaciones geofísicas, se construyó cerca de la ciudad de Vasilsursk, en la región de Nizhni Nóvgorod, un complejo de radio multifuncional. Se diseñó para estudiar la ionosfera y lo dirige el Instituto de Investigación científica de radiofísica de Nizhni Nóvgorod.
A día de hoy, el proyecto Sura sigue en funcionamiento, aunque poco tiempo, aproximadamente unas 100 horas al año, pues no hay suficiente presupuesto para el consumo energético de los experimentos. En un día de trabajo intenso se puede agotar el presupuesto mensual del polígono.
Años después del inicio de los experimentos en el complejo de radio soviético, los norteamericanos construyeron el equivalente de Sura: el HAARP (High Frequency Active Auroral Research Program), un programa de investigación de aurora activa de alta frecuencia.
El enclave principal, con una superficie de 14 hectáreas, está situado en la localidad de Gakona, Alaska. Está compuesto de antenas, de un radar de radiación no coherente con un diámetro de veinte metros, localizadores láser, magnetómetros, ordenadores para el procesamiento de señales y el control del campo de antenas.
Si HAARP y Sura son armas sólo se puede dilucidar respondiendo a la pregunta: ¿puede la pequeña energía de estos radiadores de alta frecuencia desencadenar potentes cataclismos de la naturaleza?
La mayoría de científicos que estudian los fenómenos atmosféricos albergan serias dudas al respecto. Basta con recordar que el sol arroja cada día a la ionosfera varios órdenes de magnitud más de energía.
Los numerosos experimentos internacionales llevados a cabo con calentadores ionosféricos en Aresibo, el observador astronómico de Puerto Rico, y en otras instalaciones, muestran que es imposible provocar cambios a largo plazo en la ionosfera: todas las perturbaciones causadas por el hombre se extinguen al cabo de unos segundos o minutos.
En una entrevista exclusiva a Vladímir Kuznetsov, director del Instituto Pushkov de Magnetismo Terrestre, Ionosfera y Propagación de Ondas de Radio dependiente de la Academia de las Ciencias, declaró que por ahora no existen armas climáticas. Los científicos se limitan a discutir de ello y han realizado algunas tentativas de desarrollarlas.
Vladímir Kuznetsov desmiente también los rumores de que el programa HAARP sea culpable de haber provocado cataclismos modernos y afirma que el objetivo de la instalación es investigar la interacción de las radiaciones de radio con la ionosfera. En su opinión, los estadounidenses sólo pueden emitir señales GPS y comunicaciones móviles mediante la acción de HAARP. Sin embargo, el efecto se interrumpe sólo cuando deja de trabajar la instalación.
La acción de las armas climáticas, según Vladímir Kuznetsov, se fundamenta en la comprensión de los procesos naturales de la atmósfera. Y puesto que muchas cosas hasta día de hoy siguen siendo un misterio, no puede haber debates concretos al respecto.
“En estos días se llevan a cabo experimentos con el fin de estudiar procesos fundamentales de la naturaleza en el espacio circunterrestre, con cuya ayuda se podría gobernar el ambiente geofísico, pero la dimensión de estos mecanismos es planetaria”, subraya el científico.
Sería mejor que, en lugar de buscar un arma climática utópica, los gobiernos de diversos países asignaran más recursos al estudio de la Tierra como un sistema abierto en el espacio insondable del universo.
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