Por un buen rato, los residentes de la colonia de Manitoba, Bolivia, pensaban que algunos demonios estaban violando a las mujeres del pueblo. No había otra explicación. No hay forma de explicar cómo una mujer podía despertar con sábanas cubiertas de sangre y semen, y no recordar nada de la noche anterior. No hay forma de explicar cómo una chica se fue a dormir vestida, y despertó desnuda y cubierta de huellas sucias por todo el cuerpo. No hay forma de entender cómo otra podría soñar con un hombre arremetiendo contra ella en un campo y luego despertar a la mañana siguiente con hierba en el pelo.
Para Sara Guenter el misterio fue la cuerda. Ella a veces despertaba en su cama con pequeños pedazos de cuerda atados a las muñecas o los tobillos, con la piel herida y amoratada. A principios de este año, en la colonia de Manitoba Bolivia, visité a Sara en su casa de puro cemento pintado en forma de ladrillos. Los menonitas son similares a los amish en su rechazo de la modernidad y la tecnología, y la colonia de Manitoba como todas las comunidades menonitas ultraconservadoras, es un intento colectivo de retirarse lo más lejos posible del mundo no creyente. Una brisa ligera de soya y sorgo se desprendió de los campos cercanos mientras Sara me contaba que además de la cuerda misteriosa, esas mañanas también despertaba con sábanas manchadas, intensos dolores de cabeza y un letargo paralizante.
Sus dos hijas, de 17 y 18 años de edad, se recargaron en silencio en la pared detrás de ella y me miraron con feroces miradas con sus ojos azules. El mal ha penetrado en el hogar, dijo Sara.Hace cinco años, sus hijas también comenzaron a despertar con sábanas sucias y quejas de dolor “allá abajo”.
La familia intentó cerrar la puerta; algunas noches Sara hacía todo lo posible para mantenerse despierta. En algunas ocasiones, un trabajador boliviano de confianza de la ciudad vecina de Santa Cruz pasaba la noche haciendo guardia. Pero, inevitablemente, cuando su casa de un piso —lejana y aislada de la carretera— no se vigilaba, las violaciones continuaban. Los habitantes de Manitoba no tienen electricidad, por lo que en la noche la comunidad está sumergida en la oscuridad total. “Pasó tantas veces que he perdido la cuenta”, dijo Sara en su natal alemán bajo, el único idioma que ella habla, al igual que la mayoría de las mujeres en la comunidad.
En un principio, la familia no sabía que no era la única atacada, por lo que lo mantuvo en secreto. Luego Sara empezó a decirle a sus hermanas. Cuando se corrió la voz “nadie le creyó”, dijo Peter Fehr, vecino de Sara en el momento de los incidentes. “Pensamos que estaba inventado la historia para ocultar un amorío”. Las peticiones de ayuda de la familia al consejo de ministros de la iglesia —el grupo de hombres que gobiernan la colonia de 2,500 miembros— fueron ineficaces, incluso mientras los sucesos se multiplicaban. Por toda la comunidad, la gente estaba despertando con las mismas señales: piyamas rotas, sangre y semen en la cama, golpes en la cabeza. Algunas mujeres recordaban breves momentos de terror: por un instante despertaban con un hombre u hombres sobre ellas, pero no podían convocar la fuerza para gritar o luchar. Y luego, se desvanece la memoria.
Algunos lo llamaron “imaginación femenina salvaje”. Otros dijeron que era una plaga de Dios. “Sólo sabíamos que algo extraño pasaba por las noches”, dijo Abraham Wall Enns, quien entonces fungía como líder cívico de Manitoba. “Pero no sabíamos quién lo estaba haciendo, así que ¿qué podíamos hacer?”
Nadie sabía qué hacer, y entonces nadie hizo nada en absoluto. Después de eso, Sara se resignó a aceptar esas noches como un hecho terrible de la vida. En las mañanas siguientes, su familia se despertaba a pesar del dolor de cabeza, a tender las camas y seguir con sus vidas.
Entonces, una noche en junio de 2009, dos hombres fueron atrapados tratando de entrar a la casa de un vecino. Los dos delataron a otros amigos y todo se derrumbó; un grupo de nueve hombres de Manitoba, de entre 19 y 43 años, finalmente confesó que había estado violando a familias de la colonia desde 2005. Para incapacitar a sus víctimas y a posibles testigos, los hombres usaban un spray creado por un veterinario de una comunidad menonita vecina, que lo había adaptado de una sustancia química utilizada para anestesiar vacas. Según sus confesiones iniciales (de las que más tarde se retractaron), los violadores atacaban a veces en grupos y a veces solos. Por la noche se escondían fuera de las ventanas de la habitación, rociando la sustancia a través depequeñas rendijas para así dormir a la familia entera y luego entrar.
Pero no fue sino hasta el juicio, casi dos años después, en 2011, que la historia completa de los crímenes salió a la luz. Las transcripciones se leen como un guión de película de terror. Había víctimas de entre tres y 65 años de edad (la más joven tenía el himen roto por penetración de dedos). Eran casadas, solteras, locales, turistas, enfermas mentales… A pesar de que nunca se ha discutido el tema y no fue parte del proceso judicial, los residentes me dijeron en privado que también fueron violados niños y hombres.
En agosto de 2011, el veterinario que había suministrado el spray anestésico fue condenado a 12 años de prisión, y los violadores fueron sentenciados a 25 años (en Bolivia, la pena máxima son treinta años). Oficialmente, hubo 130 víctimas, al menos una persona por hogar en más de la mitad de los hogares de la colonia de Manitoba. Pero no todas las mujeres violadas fueron incluidas en el proceso judicial, y se cree que el número real de víctimas es mucho, mucho mayor.
A las mujeres que fueron atacadas no se les ofreció terapia ni asistencia. Hubo pocos intentos de profundizar en los hechos más allá de las confesiones. Y luego de que agarraron a los culpables, nunca se habló de esto públicamente. Más bien, un silencio descendió tras el veredicto de culpabilidad.
“Eso quedó atrás”, me dijo en mi reciente viaje a Manitoba el entonces líder cívico Wall. “Preferimos olvidar que tenerlo presente en nuestras mentes”. Aparte de las interacciones con los ocasionales periodistas visitantes nadie habla de más.
Pero en el transcurso de una investigación de nueve meses, incluyendo una estancia de 11 días en Manitoba, descubrí que los crímenes están lejos de terminar. Además del persistente trauma psicológico, hay evidencia de abuso sexual extenso y en marcha, incluyendo acoso desenfrenado e incesto. También hay evidencia de que, a pesar de que los agresores iniciales están en la cárcel, las violaciones con spray siguen sucediendo.
Resulta que los demonios todavía están por ahí.
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