No todo lo que vuela son aviones; especialmente aviones convencionales. Durante la Segunda Guerra Mundial, además de los platillos volantes, los técnicos alemanes desarrollaron una increíble cantidad de maquinas voladoras que más tarde asombraron al mundo por sus prestaciones y fueron confundidas con OVNIS.
Hoy los mísiles son cotidianos y han mantenido en jaque a la humanidad durante las últimas décadas. Su desarrollo comenzó en la Primera Guerra Mundial y se debe, en buena parte, a un olvido de los países vencedores. Entre las limitaciones bélicas impuestas a Alemania, en el tratado de Versalles, se incluía la prohibición del desarrollo de nuevos tipos de aviones, pero no se tuvieron en cuenta los cohetes. Gracias a esto, los alemanes pudieron adelantarse hasta límites que los aliados no llegaron a sospechar en ningún momento, y cuando quisieron reaccionar fue demasiado tarde para evitar los efectos de esta terrible arma.
Durante más de tres años la base de experimentación, situada en la isla de Peenemünde, permaneció en secreto hasta que los ingleses recibieron noticias suyas. En 1943 un grupo de 600 bombarderos consiguió atacarla, pero no pudo detener el desarrollo de los terroríficos mísiles.
Quizás la famosa V-1 no fue propiamente un misil y por eso se la suele llamar “bomba volante”. De todos modos su forma balística y la utilización de un pulsorreactor, el Argus-109, la unen a los mísiles en muchos aspectos. Fueron lanzadas casi 9.000 V-1 durante la guerra. Causaron miles de muertos y asolaron Inglaterra, destruyendo barrios enteros de la capital inglesa y otras ciudades. Los aliados intentaron neutralizarlas por todos los medios, y cuando casi lo habían conseguido, una nueva arma hizo impacto en pleno Londres. Se trataba del A-4, más conocido como V-2; el primer auténtico misil. Los medios de comunicación ingleses fueron acallados por el gobierno, nadie comentó el hecho temiendo que el pánico se apoderara de la población civil y de los militares.
El mando aliado temía lo peor. Con su velocidad cercana a 5.500 km/h y cayendo desde el espacio, el misil era imparable. Ahora se esperaba un ataque con gases, bacterias, deshechos radioactivos o con bombas atómicas, y no había defensa contra algo así. El A-4 era el fruto de una larga trayectoria de investigación, aunque sólo se trataba una limitada adaptación a las exigencias militares del momento. Fue el resultado colateral de los auténticos proyectos alemanes, cuyo objetivo inmediato era en la creación de mísiles intercontinentales y cohetes portadores que debían alcanzar el espacio.
El desarrollo de mísiles dio como resultado un amplio número para tierra, mar o aire. Sus sistemas estabilizadores y direccionales resultaron tan futuristas que muchos todavía permanecen en secreto. Eran guiados por un operador humano usando cables, ondas de radio o televisión. Los más sofisticados perseguían el calor de los motores mediante un avanzado sistema infrarrojo. Y el más destacable poseía una guía óptica, consistente en una combinación de televisión y espejos, que tras ser orientada por el piloto hacia su objetivo lo perseguía sin intervención humana. Tal y como figura en el New York Times del 22 de mayo de 1949, la guía óptica había sido capturada a los alemanes y seguía siendo desarrollada en Wright Field, la famosa base asociada por los ufólogos a la tecnología alienígena.
Algunos, como el antiaéreo Wasserfall, localizaban al aparato enemigo en la oscuridad de la noche, gracias a un avanzado acoplamiento entre el radar de abordo y el terrestre. El Wasserfall resultó tan avanzado para su época, y tan molesto para los historiadores, que aún hoy se sigue afirmando que jamás pasó de la fase de prototipo, y se niega reiteradamente su utilización durante la guerra. Sin embargo, en el New York Times, del 5 de diciembre de 1944, podemos comprobar su uso masivo y continuado contra las formaciones de bombarderos, cuyos pilotos las habían bautizado como “las pequeñas V-2”.
Los mísiles germanos participaron en diferentes batallas y con resultados diversos. Durante una de ellas se lanzaron más de un centenar del modelo Hs-293 en el Golfo de Vizcaya dañando varios barcos aliados y hundiendo una corbeta. En la más famosa de todas se hundió cerca de las islas Baleares al acorazado italiano Roma que se encontraba en poder del enemigo. También en pleno Mediterráneo, otro misil alemán, produjo el mayor descalabro naval de los Estados Unidos cuando hundió el transporte de tropas Rhona. Un hecho negado oficialmente hasta finales del siglo XX.
Los mísiles no habían sido investigados seriamente por los países aliados, que hasta bien entrada la guerra los consideraban imposibles. Cuando el material alemán cayó en su poder el estupor recorrió las columnas vertebrales de sus científicos, militares y gobernantes. Ante ellos se encontraba una tecnología completamente nueva, tan alejada de todo lo conocido como lo sería una de verdad extraterrestre.
Incluso la estabilidad de la “sencilla” V-1, en el momento del despegue desde la cubierta de un buque, fue un misterio hasta que pidieron ayuda al Dr. Wilhelm Fiedler, quien les explicó el modo de evitar que cayera al mar nada más dejar la rampa de lanzamiento.
El trabajo de Fiedler nunca pudo ser igualado por sus colegas americanos. A este ingeniero alemán se debe, por completo, la paternidad de todos los mísiles nucleares estratégicos lanzados desde submarinos, que han poseído y poseen los Estados Unidos de Norteamérica: Polaris, Poseidón y Trident; entre otros menos conocidos. Los mísiles Trident están en servició hoy en día en Estados Unidos y Gran Bretaña, constituyendo la columna vertebral de la defensa estratégica nuclear de Occidente.
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