viernes, 7 de diciembre de 2012

Su platillo iba a revolucionar la aeronáutica ¿Qué fue de René Couzinet?

René y Gilberta Couzinet
El célebre constructor de aviones René Couzinet a sus 52 años, padre del “Arco Iris”, mató a su mujer y después se dio muerte, el 16 de diciembre de 1956. Sin financiación para su último trabajo, un platillo volante al que bautizó Aerodyne, que se había convertido en la obsesión de su vida, Couzinet desesperó, ante la impotencia de llevar a puerto, aquello que consideraba debía permitir a la aeronáutica francesa hacer un avance prodigioso. Estimaba que su invento representaría diez años, sobre todo lo que se imaginaba el mundo en esta materia.

Pero Couzinet no poseía los bienes materiales necesarios para llevar a cabo su empresa. Iba perdiendo poco a poco la paciencia. Su valor fue enriándose para dejar paso a la desesperación. Antes de quedarse impasible ante sus planos, maquetas y demás cosas, prefirió matarse después de suprimir al ser que más amaba. Tal fue la opinión de los que estuvieron cerca de él, sobre todos sus amigos y su hermano.

“Trabajaba desde hacia cuatro años, día y noche, solamente en su nuevo prototipo -explicó su hermano Alexandre, el cual estaba asociado con el constructor-. Era una máquina maravillosa que permitiría despegar en vertical. Pero la construcción de ese artefacto que podría inaugurar en Francia la época de los cohetes, necesitaba fondos muy importantes. Mi hermano para llevar su empresa a buen fin, contaba con los créditos del Ministerio de la Reconstrucción que debía indemnizarle por la destrucción de su fábrica de la Jatie, destruida por los alemanes. Pero los créditos no llegaron nunca, a pesar de cuantas intervenciones ha querido hacer. Se encontraba muy deprimido”.

El Aerodyne de Couzinet
La muerte de un genio aeronáutico

René Couzinet había presentado, hacía 18 meses, la maqueta de su platillo volante. Medía ocho metros de diámetro por una superficie de 22 metros cuadrados, estaba equipado con tres motores de pistones de 135 caballos cada uno y de un potente turborreactor.

“Esta máquina, que revolucionará la historia aeronáutica, saldrá de fábrica de aquí a un año lo más tarde, si el estado me concede los créditos necesarios”, había dicho Couzinet.

El pionero de la aviación pensaba en sus realizaciones. Dormía a menudo en su fábrica, cerca de sus maquetas, mejor que en el tercer piso de su apartamento ultramoderno, la casa de vidrio construida por el arquitecto Courbousler, en la calle Nunguesser y Coll, en Boulogne, en el Sena.

Sin embargo, ese domingo, Couzinet se encontraba en su casa. A las 16,30 horas salió con su mujer a dar un corto paseo a pie. Cuando dos horas más tarde regresaron parecían perfectamente tranquilos, a la vista de quienes les vieron en el hall del inmueble. Tomaron el ascenson para subir al apartamento del que no saldrían jamás.

La luz quedó encendida toda la noche en su casa. Al día siguiente por la mañana, la suegra de Couzinet se asombró al no ver venir a su hija, la cual todos los días la ayudaba en el comercio de ropa blanca de Passay. A mediodía la mujer demostraba mucho nerviosismo por ello. Llamó a su casa pero nadie respondió.

Avisó al hermano de Couzinet, el cual llegó a las 17,00 horas. La puerta del apartamento estaba cerrada con dos vueltas por dentro. Fue preciso llamar a un cerrajero. Todo estaba tranquilo y silencioso en las piezas ventiladas, todo en orden. Couzinet y su mujer yacían ensangrentados. Hacía tiempo que habían dejado de vivir.

Pudo reconstruirse el drama sin dificultad. Gilberta y René Couzinet comían. De repente, el constructor aeronáutico se levantó de la mesa y, sin hacer ruido, se apoderó de su revolver que poseía desde hacía mucho tiempo, y siempre llevaba con el cuando volaba para prevenirse de las eventualidades de un aterrizaje forzoso. Se colocó detrás de su mujer, y sin que se diera cuenta, le descerrajó un tiro en la cabeza. Muerta en el acto se deslizó de la silla y cayó al suelo. Entonces Couzinet se sentó en la butaca y se pegó un tiro entre los ojos. Su muerte fue instantánea.

Tres atentados misteriosos

La vida de Couzinet había estado sujeta a muchas eventualidades. En 1952 había sido objeto de un atentado cuando, conduciendo su coche, un pesado camión quiso atropellarle, no consiguiéndolo por verdadero milagro. Un año más tarde un hidrodeslizador de su invención había sido saboteado. Por fin, el 5 de noviembre de 1953 le fueron disparadas varias balas de revolver, que no le alcanzaron de casualidad. Todas estas cosas no había podido explicárselas.

La odisea del “Arco Iris”

Estábamos en los comienzos de 1932. En el despacho de una compañía de aviación, un hombre de gesto deportivo y ojos brillantes hablaba:

“Esta travesía del Atlántico sur la haré con mis propios medios. No tendrán ustedes que arriesgar un solo céntimo; no perderán nada. Mi “Arco Iris” ira a Buenos Aires y volverá. Entonces serán reconocidas por el mundo entero sus cualidades y os pediré ayuda. De momento no les pido más que un piloto. Pero yo no quisiera que fuera Mermoz. Es demasiado célebre, ha batido demasiados récords. Mi avión no es de raid, es un avión de línea, concebido para un servicio regular. Me es preciso un gran piloto, pero anónimo, comercial”.

Couzinet 70 el futurista avión conocido como "Arco Iris"
Quien así hablaba a la compañía era René Couzinet. Sus cabellos eran rubios, su porte, de atleta. Se acababa de licenciar del ejército con el grado de subteniente de aviación, y tenía un avión que se encontraba con 20 años de adelanto sobre los demás.

En el primer intento el piloto Drohuin se mató. El segundo aparato “Arco Iris” se incendió y la compañía decidió destruirlo. No obstante, Couzinet consiguió construir un tercer “Arcos Iris”.

Es entonces cuando en el despacho de la Compañía Aeropostal Couzinet pidió un piloto que conociera el Atlántico sur. El director, antes de dar su respuesta, prefirió consultarlo con Jean Mermoz y pedirle parecer. “Yo no conozco a Couzinet- dijo el célebre piloto- pero su avión parece estar en plenas condiciones de vuelo, y puede ser el único avión en estado de cruzar el Atlántico”.

Hidrodeslizante a reacción
Unos días después Couzinet y Mermoz trabaron amistad en Etampes. Mermoz deseaba pilotar el avión del joven ingeniero. Couzinet estaba seducido y ahora deseaba que fuera Mermoz el piloto de su empresa. Quedaba por conseguir el oportuno permiso para ello. Al fin llegó el permiso del Ministerio del Aire. Era el 8 de enero de 1932. El equipo iba a partir de Paris a Buenos Aires. Se disponía a salir cuando llegó la contraorden.

Era preciso que el “Arco Iris” antes de salir hiciera pruebas de consumo de combustible. Couziner decidió hacer un viaje al Senegal, con un controlador de gasolina a la llegada. Cuando tomó tierra en el Senegal, distancia mayor que la del Atlántico, en el depósito quedaban más de 2.000 litros de combustible. Telegrafió a Paris dando cuentas de las cifras. Mermoz estaba autorizado, bajo su responsabilidad, a efectuar su viaje.

Fue el 16 de enero de 1933 cuando el “Arco Iris” despegó de Dakar. Después de 14 horas y 27 minutos de vuelo aterrizaba al otro lado del Atlántico, habiendo realizado una media de 227 kilómetros por hora. Era el record de velocidad sobre el Atlántico sur. A su regreso a Francia 15.000 personas esperaban para ver aterrizar al “Arco Iris”.

No se sabe por qué Couzinet, después de ser un héroe nacional, entre los años 1933 y 1950 se encontró sin ayuda y solo para ensayar sus inventos. En 1943 fue movilizado durante la guerra, cuando volvió a la vida civil construyó un hidrodeslizante. Después volvió a Paris, sin que la fortuna le sonriera. Y acabo trágicamente tras la obsesión que le acompañaba desde su vuelta del ejército: construir un platillo volante.

Paris Match nº 403, 29 de diciembre de 1956

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