Desde luego, el peligro que supondría facilitar peligrosas armas y tácticas al enemigo, no son las únicas excusas existentes para mantener el secreto. Otro motivo principal es la amenaza a los anales científicos. Si se libera la información la historia debería ser escrita de nuevo. La tecnología capturada y trasladada a los países vencedores se nos vendió más tarde como propia. Sus verdaderos descubridores han quedado relegados al olvido, mientras, los nombres de aquellos que simplemente la reprodujeron figuran en los libros de honor de la ciencia y la técnica.
Tampoco debemos olvidar en ningún momento los miles de millones que mueve la industria civil y militar. ¿Y si las pistas facilitadas permiten desarrollar a otra nación la tecnología y se apodera del mercado? En los años cincuenta el caza Pulqui desarrollado en Argentina por el ingeniero alemán Kurt Tank, superior a cualquiera de su época, desapareció ante el Sabre estadounidense. Una década más tarde el Saeta, un excelente aparato diseñado en España por el también alemán Willy Messerschmitt, perdió el mercado egipcio ante la imposición del Mig-15 soviético. No se trata de viejas historias. En los noventa el desarrollo del caza “invisible” Luciérnaga fue oficialmente abandonado por Alemania ante la presión de Estados Unidos e Inglaterra que habían invertido una ciclópea cantidad de dinero en el F-117, muy inferior en prestaciones a su homólogo germano.
Entre los pocos informes, papeles e historias que los gobiernos nos permiten consultar se encuentran testimonios que nos hablan de una tecnología muy alejada de la historia oficial: una pila de bolsillo que duraba 30 años, un platillo volante probado en Polonia, una máquina que desintegraba agua y ratones o un ordenador quizá con memoria magnética. La mayor parte de este material proviene de interrogatorios realizados a sujetos no especialistas (soldados de guardia o prisioneros) por lo que carecen de rigor científico. En estos retazos históricos nos percatamos de otra causa para mantener el secreto a toda costa: Es posible que exista una tecnología paralela, muy superior a la admitida, que nunca llegará a ser facilitada al público, y si finalmente se permite su uso común, será dentro de muchos años cuando ya esté ampliamente superada.
De ningún modo se nos consentirá examinar los viejos informes, pues en ellos podríamos hallar el origen y los indicios que nos llevarían a descubrir secretos actuales celosamente guardados. Nuevamente un ejemplo es la mejor forma para percatarse de hasta qué punto puede existir una tecnología hermética e inaccesible.
Eric S. Proskauer, doctor en ciencias químicas y físicas, abandonó Alemania junto a gran número de colegas huyendo de la persecución a la que estaban siendo sometidos los judíos. Acompañado de su mujer llegó a Estados Unidos en 1937 y allí continuó su labor de divulgador científico. En 1943 fundó, todavía en su lengua natal, la revista Makromolekulare Wissenschaft y tres años después, junto con Herman Mark, creó el Journal of Polymer Science ya en inglés. Durante la guerra los científicos judíos alemanes colaboraron con el ejército y en 1945, dentro de la operación Paperclip (localización y traslado masivo a Estados Unidos de personal especializado, documentos y material), fueron principalmente los encargados de entrevistarse con sus colegas que habían permanecido en el Viejo Continente y traducir sus trabajos. No sólo era necesario hablar un perfecto alemán, sino también comprender y discernir los términos y razonamientos científicos, si se quería asimilar por completo su labor. El 15 de mayo de 1987 la periodista Miriam Steinert realizó la última entrevista conocida al doctor Proskauer que contaba ya 84 años.
Corría el año 1995 cuando una anciana llamada Jeffrey facilitaba a Jack A. Shulman, de American Computer Company, un viejo esquema que había pertenecido a su difunto esposo; el doctor Proskauer. Se trataba de un intento para duplicar en papel un extraño componente que había observado en los Laboratorios Bell a principios de los años cincuenta. En él se podía observar un dispositivo capaz de realizar 10.000 veces más rápido las funciones de un transistor ocupando un 50% menos de espacio. Shulman lo examinó y quedó desconcertado. Lo bautizó como “transcapacitador” y durante estos años ha mantenido una verdadera guerra por poder reproducirlo. Proskauer más que una descripción exacta realizó un, relativamente, apresurado esquema de lo que vio funcionando durante unos minutos. Entre sus anotaciones figuraba un metal, el Silver-Alkane, imposible de identificar, lo que ha dificultado todavía más el trabajo.
La viuda de Proskauer aseguró a que el transcapacitador procedía de una nave extraterrestre estrellada, posiblemente la de Roswell en 1947, pero Shulman no parecía creerlo. En las declaraciones efectuadas a Craig Menefee el 18 de diciembre de 1998 para la revista Newsbytes News Network y reproducida por Discovery Channel, apuntaba la posibilidad de que perteneciera a los científicos alemanes. Fuera extraterrestre o humana, Shulman creía que los expertos de esa época no le dieron la importancia debida: “Hace cincuenta años probablemente pensaron que era simplemente algún tipo extraño de suministro de energía”.
En su época el dispositivo fue montado y probado. Que los técnicos no se dieron cuenta de su importancia resulta muy improbable. Eric S. Proskauer se percató enseguida de ella y por eso realizó sus anotaciones. ¿Pero por qué se le enseñó a un químico y director de una revista de divulgación científica? ¿Quién lo montó en los Laboratorios Bell? ¿Sus creadores alemanes? ¿Estaba allí realizando su trabajo como traductor?. Proskauer no era un técnico ni un especialista en electrónica.
Cuando observamos detenidamente estas historias, aunque no encontremos todas las respuestas, enseguida no percatamos de dos leyes que han acompañado a la ufología clásica desde sus comienzos: Las "naves extraterrestres" siempre son iguales a las últimas investigadas y desarrolladas en esa época concreta por los humanos, y la "tecnología extraterrestre" se encuentra profundamente ligada a los logros técnicos de última generación del Viejo Continente.
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