sábado, 2 de febrero de 2013

Globos en el espacio

Ambrosio Liceaga. Mucha gente no sabe que podemos ver la Estación Espacial Internacional a simple vista, sin telescopios ni otras ayudas. Basta con saber donde mirar y escoger un momento en el que refleje la luz solar. Pero hace 50 años hubo un objeto más grande, más visible y mucho más simple orbitando la Tierra. Además, resultaba sorprendentemente útil.

Los satélites de comunicaciones significaron una revolución a la que nos hemos acostumbrado sin darnos cuenta. Resultan tremendamente útiles para transmitir información y, sobre todo, para difundirla de un modo que los cables submarinos no pueden conseguir. Por ejemplo, actuando como emisores de señales de televisión. El antecesor de todos los satélites actuales fue un simple globo.

Los satélites Echo, eran unos sencillos globos de plástico PET con una fina capa de metal sobre ellos. El primero, con éxito, fue colocado en órbita en agosto de 1960. Y fue seguido por otro lanzado en agosto de 1964. Eran vehículos ligeros y sencillos, de acuerdo con la tecnología de la época. Pero también eran grandes, con 30 y 41 metros de diámetro, respectivamente. Esto permitía verles desde la superficie gracias a la luz que reflejaban. Y si reflejaban luz, también podían utilizarse para reflejar otras ondas electromagnéticas. El revestimiento fue diseñado para actuar como un espejo para las ondas de telefonía, radio y televisión. En general, el satélite fue utilizado para aprender y ensayar técnicas que luego se utilizaron en nuevos satélites activos. Estos estaban dotados de repetidores, equipos de radio que reciben la señal y la reemitía a la Tierra con mayor potencia. Pero, inicialmente, se utilizaban potentes estaciones de Tierra para emitir y grandes antenas que recibían, a miles de kilómetros, las debilitadas señales que habían rebotado en los Echo.

Un elemento clave para hacerlo posible, fue el desarrollo de tecnologías de rastreo capaces de localizar el satélite y orientar las antenas al mismo. Pensemos que en aquella época no había cohetes capaces de elevar un satélite hasta la órbita geoestacionaria. Ambos satélites orbitaron a unos 1000 kilómetros de altura y cruzaban el horizonte con rapidez por lo era necesario saber donde esta si se quería utilizar. Para ello, se utilizaron radiobalizas cargadas por energía solar. La tarea no era trivial ya que estos satélites pueden considerarse la primera prueba de una vela solar. La presión y la radiación solar fueron modificando su órbita y obligando a rehacer de forma periódica los cálculos sobre su velocidad y órbita.

Desgraciadamente, ya no podemos verlos en el espacio. El frenado atmosférico ocasiono su reentrada y destrucción entre 1968 y 1969. Pero debemos recordarlos como un gran éxito. Fueron una muestra de ingenio y inteligencia con una tecnología realmente simple. Si los proyectos de Bigelow Aerospace tienen éxito, quizás volvamos a ver brillantes estructuras hinchables en órbita.

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