Ha pasado más de medio siglo desde el nacimiento de la ufología, y puede parecer absurdo que esta vieja tecnología deba ser ocultada hoy en día, aunque es preciso entender que ciertas cuestiones militares, industriales y científicas jamás llegarán al público. Por antiguas que nos parezcan estas armas siguen siendo peligros latentes para las potencias militares y económicas.
Si deseamos percatarnos del peligro que supone desclasificar una tecnología aparentemente obsoleta, lo mejor es ver un ejemplo. Según figura en las memorias de Churchill fue encontrado un extraño depósito de bombas incendiarias, en el aeródromo de Rheine. Las noticias de guerra, después acalladas, ya hablaron de su existencia. En octubre de 1943 la revista Interavia especificaba que se trataba de una nueva bomba incendiaria. ¿Pero qué nuevo tipo de bomba se trataba? Por su aspecto nos hace pensar en la hoy llamada “bomba atómica de los pobres”.
Básicamente consiste en el lanzamiento pulverizado de material altamente combustible. Cuando la letal nube llega a cierto punto de expansión una detonación interna produce efectos devastadores al mismo tiempo que consume todo el oxigeno. La explosión es acompañada de una destructora onda de presión. Revienta los pulmones y produce embolias en sus víctimas. Su onda de choque arrasa todo a su alrededor en un diámetro superior a un kilómetro y, lo más terrorífico: Los supervivientes sufren quemaduras químicas que posteriormente les llevan a una dolorosa muerte.
Según el investigador Brian Ford los alemanes usaron estas bombas cargadas con metano en 1944 durante el levantamiento de Varsovia. Los polacos, escondidos en sótanos y túneles, podían resistir un bombardeo convencional o incendiario, pero fueron aniquilados en el interior de sus refugios por la llamada hoy “bomba explosiva de aire combustible”.
El uso de la bomba atómica de los pobres está prohibido por diversos acuerdos internacionales. Como suele suceder, varias naciones la han probado, aunque de forma oficial aseguren no poseerla. España, según el diario El Mundo del 29 de diciembre de 1996, equipó con ella a los cazas del portaaeronaves Príncipe de Asturias, ya que, como comentaba Vicente Garrido, del Centro de Investigaciones para la Paz, aunque esté prohibido su uso nada impide fabricarla y almacenarla.
Esta arma tiene su origen en el “cañón tornado de Zippermeyer”. Una de las historias que han cabalgado décadas enteras a lomos de la leyenda.
Albert Speer, ministro de armamento alemán, fue encargado de impulsar el desarrollo de armas no convencionales y como centro de investigación eligió la zona de Lofer en el Tirol austriaco. Allí llegó un desconocido doctor Zippermeyer que en los años treinta había estudiado los accidentes aéreos producidos por las turbulencias atmosféricas. Su proyecto parecía de lo más insólito: Pensaba crear un torbellino artificial como arma antiaérea.
Fueron llevadas a cabo diferentes pruebas con poco éxito. Un cilindro lanzaba al cielo carbón finamente pulverizado y un proyectil intentaba inflamarlo de golpe, pero aquello no funcionaba. Era muy difícil sincronizar el detonador y el momento ideal de expansión, además, el carbón no ardía con la suficiente potencia para producir el torbellino y se necesitaba tanta cantidad que hacía imposible llevar la teoría a la práctica. Los ensayos continuaron, pero no encontraban otro producto que pudiera sustituir al carbón con efectividad.
Zippermeyer parecía condenado al fracaso. Entonces, un hecho fortuito cambió el rumbo de las investigaciones. Un escape de gas incontrolado en una fábrica de etileno estalló arrasando una manzana entera. El cañón tornado había encontrado su explosivo y al mismo tiempo que moría como idea nacía la bomba atómica de los pobres. Conseguir la precisión necesaria para lanzar una nube desde tierra y hacerla detonar a la altitud exacta de una formación de bombarderos era sumamente difícil; sin embargo, como arma aire-aire y de ataque al suelo resultaba perfecta.
Los alemanes la llamaron “bomba de aire liquido” y según las declaraciones recogidas en el informe número 142 de BIOS (British Intelligence Objectives Sub-Committee) perteneciente al interrogatorio de Kurt Kreutzfeld, estaba compuesta por un 60% de carbón pulverizado y un 40 % de aire liquido (término genérico que nos impide conocer el componente preciso). Además de Zippermeyer, un tal doctor Hahnenkamp, junto a otros científicos, desarrollaron el arma en Viena y los materiales fueron preparados por los especialistas de la empresa Nóbel.
Zippermeyer fue trasladado a la factoría de giroscopios Horn en Plauen, Vogtland (Sajonia), durante septiembre de 1944. Los británicos desconocían su paradero final, y temían que hubiera terminado en manos de los soviéticos cuando la zona fue ocupada por sus tropas. No obstante, sospechaban que había logrado escapar.
El documento BIOS número 142, es de vital importancia militar, pues en él se cita por primera vez en la historia bélica la existencia de la bomba de aire liquido. Aunque los datos facilitados por Kreutzfeld, referentes a su alcance, no son demasiado convincentes al no tratarse de un científico, en el informe afirma que en su primera prueba la bomba destruyó todo por completo en un radio de 500 a 600 metros, produciendo serios daños hasta 2 kilómetros. Durante una prueba posterior la explosión cubrió un área de 4 kilómetros y los daños alcanzaron más de doce. Este ensayo fue fotografiado por el Standartenführer Klumm y se remitió a Brandt, consejero personal de Himmler. No sabemos si los alemanes utilizaron la bomba de aire comprimido en el frente contra tropas enemigas pues el secreto sigue cubriendo a esta arma terrorífica. Incluso cuando Estados Unidos la usó en Vietnam se llevó en la más absoluta discreción.
Su poder destructor caló muy hondo en la mente de los científicos alemanes. El 6 de agosto de 1945 se recluyó a varios especialistas atómicos del Eje en la finca inglesa de Farm Hall. Todos ellos tenían serias dudas de que Estados Unidos dispusiera de la capacidad tecnológica para fabricar una bomba atómica. Cuando se les comunicó la noticia de su uso sobre el Japón, Heisenberg pensó que “se trata probablemente de algún proceso químico que genera una fuerza expansiva multiplicada por un factor monstruoso”. El posteriormente ridiculizado torbellino de Zippermeyer resultaba para ellos comparable a la bomba atómica.
¿Veremos algún día las imágenes de la bomba de aire líquido? ¿Cómo se montaba exactamente? ¿Qué componentes se usaron? ¿Desclasificarán en algún momento los documentos sobre Zippermeyer? Las preguntas se contestan por sí mismas. Han pasados muchos años pero las bases del cañón tornado pueden indicar el sistema para construir un arma barata y relativamente fácil de fabricar, cuyo poder de destrucción resultaría excesivamente peligroso, incluso si se construyera el modelo de los años cuarenta. En muchos sentidos es mejor que el doctor Zippermeyer siga perteneciendo al mundo de la leyenda, y continúe apareciendo en los libros como una historia de la propaganda de guerra alemana.
Historias semejantes hacen comprensibles los motivos que tienen los gobiernos para no desclasificar una buena parte del viejo material de guerra. A principios de los noventa, durante la Guerra del Golfo Pérsico, una versión mejorada del misil A-4 alemán, lanzada una y otra vez por Irak, resultó imparable para los modernos aliados pese a su antigüedad. En febrero de 1999 Estados Unidos se llevó una aparente sorpresa con los mísiles intercontinentales desarrollados por Corea. ¿Se desclasificarán los mísiles A-9/10? ¿El sistema usado por Alemania hace más de medio siglo para obtener “uranio 235” y poder armar una bomba atómica? ¿Las pinturas, gomas y materiales usados por la Luftwaffe para lograr la invisibilidad electrónica? ¿Los sistemas que permiten prestaciones sorprendentes a una aeronave?
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